Bushi

Ser un emprendimiento gastronómico, en cualquier lado, pero más que nada en Argentina, significa esperar al momento oportuno. 

Manejar la ansiedad, la emoción y la necesidad de querer mostrar tu producto no es algo fácil. Por suerte el tiempo siempre es sabio y demuestra constantemente que esperar también ayuda a crecer.

Ante la imposibilidad de un lugar propio, los miedos y también falta de experiencia. El formato pop – up (algo inexistente en ese momento) asoma como el desafío de una prueba piloto, para llamarlo de alguna manera.

Usando cocinas prestadas, invitando amigos, cocinando hasta altas horas de la madrugada.

Así, un sábado como cualquier otro, abrió sus puertas por primera vez Bushi, un restaurante itinerante de influencias asiáticas.

Ya con un par de kilómetros recorridos, surge una nueva oportunidad, algo que nos acerca más a esta búsqueda de un espacio propio.

La propuesta: una terraza arriba de un restaurante en el corazón de un barrio conocido por su propuesta gastronómica, en donde Bushi puede existir de una manera más concreta por lo menos los fines de semana.

Un enorme desafío, principalmente porque todos los integrantes en ese momento tenían otros trabajos que también necesitaban de su atención.

En el tiempo libre se cocinaba, se corría al mercado, se preparaba el servicio, se chequeaba reservas, se organizaba el salón.

Siempre esperando con alegría el viernes por la noche, cuando se prendía el cartel luminoso avisando que el Bushi Rooftop abría sus puertas.

Poco a poco la voz se empezó a correr, casi en secreto, como un suspiro avisando que las noches de verano estaban hechas para pasarlas en este pequeño universo subiendo las escaleras.

Al igual que el resto del mundo a principios del veinte – veinte nos vimos obligados a frenar de manera rotunda.

El miedo de una situación nunca antes vivida, la incertidumbre de no saber lo que iba a pasar, la desolación en la calles y el encierro que parecía eterno. Nos obligan a reinventarnos.

Somos, por definición, muy inquietos. Después de haber transitado los primeros días de la cuarentena, surge una idea buscando primordialmente que Bushi siga existiendo, que podamos seguir participando por lo menos de alguna manera en el día a día de nuestro cliente, a los cuales para este momento ya consideramos amigos.

Probando, poco a poco, de menor a mayor, como nos caracteriza, nace Bushi Frozen Snacks. La idea principal: ¿¡qué mejor para este momento tan terrible que algo rico para comer!?

Muy de vez en cuando, no siempre, pero de vez en cuando la burocracia sirve para cementar momentos importantes.

Nosotros, sin duda, nunca nos vamos a olvidar del día en el cual firmamos el alquiler de nuestro primer local.

En ese barrio especial, en esa esquina soñada por la cual pasamos caminando un día y decidimos que era el lugar en donde queríamos formar nuestro nuevo hogar.

Las obras (como bien te hace saber cualquiera con quien te cruzas) se hacen muy largas, mucho más largas de lo que esperamos. Sin embargo ese momento en el cual entras por primera vez, en cual trabajas por primera vez, en cual recibís clientes por primera vez…

Esa sensación, ese pequeño – gigante momento no se puede describir. No se puede poner en palabras.

Cinco años después…

Cinco años después en la misma fecha.

Cinco años después en la misma fecha, pensando.

Cinco años después en la misma fecha rememorando momentos pasados.

Cinco años después en la misma fecha rememorando momentos pasados pero ahora desde un lugar diferente.

El camino fue largo y sinuoso, lleno de alegrías, de tristezas, de cansancio, de emoción, de derrotas y triunfos.

Fuimos nómades por mucho tiempo, hasta que encontramos nuestro pequeño rincón del universo al cual bautizamos Bushi Noodle Bar.

La familia ahora es un poco más grande, los desafíos y las responsabilidades también.

Pero hay algo que nunca cambia: nuestras ganas, nuestras inmensas ganas de seguir compartiendo con ustedes.

Llueve, siempre llueve.

En sus días libres a la gente (en la cual me incluyo) le gusta salir y disfrutar del aire fresco, de la naturaleza, ver el sol, tocar el pasto, esas cosas que suceden parecería ser, solamente en las películas, pero cuando es enero en Dublín esa fantasía resulta imposible.

Porque llueve, siempre llueve. 

La única solución, el único resguardo es sentarse o acostarse enfrente de una pantalla, de un servicio de streaming o de un canal de aire, la elección es de cada uno. 

Si ustedes son como yo (y quizás en algún lugar de mi mente espero que lo sean) una vez que algo les gusta, se vuelve de alguna manera una obsesión. 

Siempre hay más por conocer, siempre hay más por aprender. 

Este ultimo tiempo estoy viendo un programa en una plataforma que habla de cocinar y de cocineros, en él un muchacho, le diremos muchacho por ahora se pasa horas pregonando sobre un producto fantástico llamado Ramen. 

¿Qué es el ramen? ¿No son los fideos que vienen en el paquete?

Un par de horas después -que honestamente parecen minutos – emerjo de la cama lleno de conocimiento, se todo lo que hay que saber sobre este producto mágico aunque nunca lo probé.

Envalentonado, camino por una avenida de la capital irlandesa mientras las gotas de lluvia me acarician la cara, paso por enfrente de un local, un pequeño local: de un lado tiene un puesto que arregla celulares, del otro una barra y dos mesas para atender clientes

 Sobre la barra un cartel diminuto lee:

Yumo Ramen Shop

Abro la puerta de un golpe, casi tropezandome de la ansiedad, asustando a

la chica que atiende el mostrador. Me mira y se ríe, se tapa la boca con las manos para reírse.

Me pregunta: ¿Querés ramen? –

Yo respondo: Si, por favor.

Me pregunta: ¿Qué estilo querés? –

Yo respondo: La especialidad de la casa, eso quiero.

Me mira y se ríe, se tapa la boca con las manos para reírse.

Unos pocos minutos después aparece enfrente mío un abundante bowl de ramen.

Procedo a devorar todo lo que está dentro del mismo (y no de una manera muy agraciada, debo agregar). A medida que voy comiendo, mi cerebro empieza a derretirse, estoy inmerso en una galaxia de sabores, cada bocado, cada sorbo un poco más.

Lo termino en una cuestión de minutos.

Me pregunta: ¿Te gustó? –

Yo respondo: ¡No tengo palabras!

Me retiro de este humilde establecimiento sabiendo dos cosas.

La primera se la comunico a todo el mundo presente:

Voy a volver a comer a este lugar todas las semanas.

La segunda es sólo para mi:

¡Acaba de empezar una nueva obsesión!

Una de las particularidades del ramen, lo que lo hace tan especial para el cocinero como para la persona que lo disfruta, es que se trata de formar capas de sabor dentro de un bowl.

Por eso los diferentes ingredientes o capas de cada bowl tienen una denominación particular.

Sopa:

La base, el medio líquido sedoso en donde todos estos sabores se van a juntar, puede ser más liviana o más espesa, con algunas notas de mar, con más o menos hierbas dependiendo el cocinero.

tare:

La sazón, la vida del plato, lo que lo hace resaltar. Tradicionalmente los tipos de ramen se diferencian por la sazón que tienen: sal (shio), salsa de soja (shoyu) y miso (pasta de porotos de soja fermentados).

Fideos:

La unión. Más cortos, más largos, más gruesos, más finos; los fideos son la herramientas para amigar todos los elementos dentro del plato, para llevarlos a tu boca.

toppings:

La magia. Cuando pensabas que no hacía falta nada, te encontras con un pedazo de panceta o unos hongos, con un huevo hecho a la perfección, un poco de verdeo o de menma; todas cosas que enaltecen tu experiencia.

Aceites aromáticos:

El golpe final. Cuando te acercas al bowl de ramen, los aromas de estos aceites te invaden para atraerte de a poco, infusionados con diferentes sabores se agarran de los fideos y ayudan a que el caldo llegue a su punto culmine.

La búsqueda:

Comer o hacer un bowl de ramen es un experimento que intenta, antes que nada, que llegues al punto máximo de saciedad, que tengas ese momento donde de alguna manera lo único que sentís es alegría (Umami).

La calle: Centre Place 

Un oscuro callejón en el centro de Melbourne que termina en una escalera, la cual no está claro adónde va, pequeños locales uno al lado del otro, cada uno con suerte tiene cuatro mesas, ni hablemos de extracción o de normas sanitarias, aquí todo puede pasar. 

El nombre: Shandong Mama 

Estos son los lugares que me emocionan, los que nadie conoce, los que no tienen fanfarria, solo un plato simple hecho a la perfección, ningún lugar donde esconderse. 

Me pido una porción de dumplings con relleno de pollo, langostinos y cilantro acompañados de una cerveza local. 

Como me gusta comer con cerveza 

La explosión de sabores en mi boca genera una cantidad de emociones en mi cara que hacen alegrar instantáneamente a la señora que me está atendiendo (estoy bastante seguro que es la dueña, oficialmente la Shandong Mama).

Se acerca, despacito y casi susurrando me dice: solamente con tu cara, me hiciste el día.

Yo sonrió con la boca llena, no puedo responder.

Me devoro el plato, casi tan rápido como describo en este diario la revolución de sensaciones transitando mi cabeza. 

Pido una cerveza más y disfruto observando a la gente ir y venir en este pequeño callejón de Victoria, este mi pequeño universo por el tiempo en el que esté sentado en esta silla. 

Me levanto a pagar, cuando me acerco a la dueña me pregunta si soy algún tipo de periodista, le aseguro que no, que las humildes líneas que han generado su fantástica comida simplemente quedarán en un pequeño cuaderno en mi mochila. 

Este momento, esta experiencia gastronómica es solo para mí. 

Mientras pago: me agradece una vez más, yo le reitero que disfrutar su comida fue un momento transformador para mi, a ella se le cae una lagrima. 

Me despido y desaparezco por la misma oscuridad de la cual llegué. 

Gracias Shandong Mama.

Una palabra reconocida mundialmente, una palabra con mucho peso y con mucho significado.

En su francés original: “chef de cuisine”

Sinónimo de chaquetas blancas, sombreros altos y presencias gigantes.

De orden, de respeto, de creatividad y, quizás a veces, hasta un poco de locura.

De exigencia, eficiencia, excelencia. Todo dentro del mismo personaje.

Un líder.

Un jefe de la cocina. 

Ahora bien, los chefs pueden venir de muchas formas y tamaños diferentes pero la cualidad que los reúne a todos es la capacidad y, en muchos casos, la necesidad imperativa de transmitir conocimiento.

Es la persona que sabe que su equipo, su familia, su comunidad sólo puede triunfar si siempre sigue aprendiendo, si sigue creciendo.

Por eso, un chef no es solamente ese personaje parecido a Paul Bocuse (o el de ratatouille) que te estás imaginando en este momento.

Un chef es una abuela enseñando a hacer pastas, un padre enseñando a hacer un asado, una madre enseñando a hacer repulgue de empanadas o un amigo mostrándote un plato que nunca antes habías probado.

Cualquier persona que te haya enseñado algo con la intención de que vos lo puedas usar.

Esa persona que te transmitió algún conocimiento para que vos lo mantengas vivo, eso es un chef.

Por eso, en este día, desde nuestro humilde lugar, saludamos a los chefs.

A todos los chefs que la vida nos dio.